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Fernando Giuliani: Qué efectos produce la estigmatización social asociada a la Covid-19

En Venezuela la estigmatización no parecen ser generalizadas ni tampoco han escalado a altos niveles de hostilidad y agresión
@Mincyt_VE

Publicado: 14/09/2020 11:52 PM

A medida que avanza la pandemia, vamos descubriendo y aprendiendo muchas cosas a partir de la experiencia individual y colectiva. Algunas de esas cosas son positivas y nos llenan de esperanza, como el esfuerzo permanente de investigación y socialización que hacen, a diario, en Venezuela y en todo el mundo miles de científicos/as e innovadores/as, en materia de prevención, tratamientos, medicamentos y vacunas para enfrentar el virus. Otro tanto nos muestran los equipos de salud que, junto a un voluntariado consciente, dan todo de sí para atender y cuidar a quienes se contagian para que puedan superar este trance y recuperarse plenamente. Junto a todos ellos, se suman los gestos y actos de amor, solidaridad, servicio, atención y entrega de las familias, los amigos y allegados.

Pero también hemos conocido otras facetas menos luminosas y menos alentadoras. Nos referimos a los prejuicios y a la estigmatización que se hace en torno a las personas contagiadas y que se ha venido manifestando justamente en la medida que han aumentado los casos. Así todos hemos podido constatar la presencia de ese prejuicio entre nosotros, cuando escuchamos comentarios negativos acerca de personas contagiadas; o sabemos de vecinos y vecinas que rechazan el funcionamiento de centros de cuidado para pacientes de Covid-19, en sus zonas de residencia; o escuchamos testimonios directos de personas infectadas que han sentido cómo las evitan y tienen comportamientos esquivos hacia ellas o hacia sus familiares cercanos, en la interacción diaria. Por ahora, estas manifestaciones del prejuicio y de la estigmatización no parecen ser generalizadas ni tampoco han escalado a altos niveles de hostilidad y agresión. Pero no podemos ni debemos subestimar ningún prejuicio: los estudios científicos y la evidencia histórica dan cuenta del inmenso peligro que representan los prejuicios, una vez que se manifiestan. Al igual que el mismo virus, estas predisposiciones negativas pueden llegar a expandirse y multiplicarse hasta niveles insospechados.

Ahora bien, ¿qué son los prejuicios y cómo se originan? Este fenómeno ha sido motivo de estudio por parte de la psicología social, a lo largo de la historia. A tenor de algunas investigaciones, los prejuicios pueden ser entendidos como actitudes y apreciaciones negativas hacia personas que comparten un determinado rasgo con otras. Mediante una operación mental denominada “categorización”, se les agrupa y clasifica dentro de un grupo o categoría social. El caso es que a todas esas personas que, en nuestra mente, pasan a formar parte de ese grupo o categoría social, se les atribuye un conjunto de características que, por lo general, generan rechazo y/o repulsión. Un ejemplo son los prejuicios hacia personas “pobres”, a quienes hay personas que las rechazan por considerarlas “flojas” o “indolentes” o “sucias”; o hacia personas homosexuales por considerarlas “pervertidas” o “enfermas” o “depravadas”. Podríamos seguir con una larga lista de ejemplos, pero el solo exponerlos resulta chocante.

Ahora bien, el pensamiento que subyace a los prejuicios no nace de la experiencia directa con las personas a las que rechazamos, sino que se trata de un pensamiento que derivamos de información casi siempre errónea, incompleta y estereotipada y que hemos almacenado en forma acrítica; es decir: es una información que hemos asimilado sin detenernos a pensar y a reflexionar sobre ella.

Esa información se convierte en pensamientos superficiales dominados por emociones y sentimientos de miedo y sensaciones de inseguridad y amenaza. Asimismo, le subyacen también creencias previas que establecen jerarquías entre personas, como “superiores” e “inferiores”, “decentes” e “indecentes”, “sanas” y “enfermas”, etc. Los prejuicios cobran mayor o menor fuerza individual dependiendo de algunos rasgos de personalidad, por ejemplo: los niveles de rigidez, intolerancia, frustración y hostilidad de cada quien.

Si aplicamos estos criterios al contexto actual de la pandemia encontraremos que, en la medida en que una de las principales vías de transmisión del virus es de persona a persona, el resultar positivo para Covid-19 pasará a ser el rasgo a partir del cual la psique dominada por el prejuicio categorizará a esa persona dentro del grupo de “los contagiados”. Luego este estigma puede adquirir, en personalidades con rasgos proclives a los prejuicios, una particular fuerza a partir de la cual se le atribuirá a esa persona contagiada características que lo marcarán como una persona potencialmente “peligrosa” para la salud y la seguridad ya que puede ser fuente de contagio y, siempre de acuerdo con la lógica del prejuicio, probablemente mostrarán hacia ellos conductas y actitudes más o menos evidentes de rechazo, evitación y discriminación. Lo más cruel: quienes son discriminados nada le han hecho a quienes los rechazan y, aun así, reciben esta carga de agresión justamente cuando necesitan más apoyo y solidaridad que nunca.

Pero, más allá de las definiciones y las precisiones conceptuales, lo cierto del caso es que todos y todas sabemos bien qué es un prejuicio y, sobre todo, conocemos sus terribles efectos. ¿¡Quién no se ha sentido alguna vez discriminado o excluido!? ¿Quién no conoce (o ha vivido en carne propia) la discriminación que han sentido muchos compatriotas en países vecinos por el solo hecho de ser venezolanos? ¿Quiénes de nosotros y nosotras no hemos sentido alguna vez el miedo al rechazo de los demás? ¿Cómo nos hemos sentido cuando escuchamos un chiste, un comentario sarcástico o una descalificación sobre alguna característica propia o, tal vez, de algunos de nuestros seres más queridos?

Sería bueno, entonces, en estos tiempos de pandemia, que imaginemos por un momento cómo se siente una persona cuando tiene un resultado positivo para Covid-19. ¿Cuánta angustia, cuánto temor, cuánta incertidumbre sentirá ante la confirmación que lo enfrenta a una enfermedad tan peligrosa? ¿Cómo lo vivirán sus seres queridos y qué sentirán cuando la persona se aísle en un centro de tratamiento y tenga que estar, al menos dos semanas, separada de su familia? Ya podemos imaginar el sufrimiento de esa persona y su familia como para que, además, la sociedad le agregue los terribles efectos de los prejuicios.

Debemos pensar, reflexionar y hacer en relación con estos prejuicios cuyos síntomas comienzan a manifestarse en nuestra sociedad en torno a las personas infectadas con el virus. Sabemos bien que los prejuicios tienen efectos terribles en las personas estigmatizadas, pero, al mismo tiempo, deshumanizan a quien discrimina pues genera en ellos sentimientos y pensamientos profundamente degradantes y tóxicos para sí mismos. Como si fuera poco, en la medida que crecen, los prejuicios corroen el tejido social porque producen procesos colectivos de exclusión que pueden llegar a tener una fuerza considerable, sembrando hostilidad y enfrentamientos y bloqueando las relaciones sociales solidarias, altruistas y cooperativas.

Es bueno preguntarnos, en estos tiempos: ¿cuáles derechos de las personas infectadas estamos vulnerando cuando creamos prejuicios hacia ellas y las estigmatizamos? Y si mañana fuera yo, o mi madre, mi padre, mi hijo, un amigo, ¿cómo me sentiría ante los prejuicios y la estigmatización? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo, si le damos fuerza a los prejuicios?

Los prejuicios no están en nuestra carga genética: son el resultado de un aprendizaje social. Por lo tanto, la solución para los prejuicios hacia las personas contagiadas con SARS-CoV-2 no provendrá de los tratamientos ni de las vacunas que elabore la comunidad científica. Es urgente abordar, prevenir y erradicar cualquier forma de estigmatización social asociada con la Covid-19.

El antídoto para los prejuicios lo tenemos que elaborar nosotros mismos, cultivando nuestra conciencia, nuestra capacidad de reflexión y, muy especialmente, construyendo y compartiendo una ética humanista, basada en el amor y en los valores de solidaridad, cooperación, empatía y esperanza, que necesitamos para salir de esta pandemia fortalecidos como personas y como país.


Fernando Giuliani