Casus belli hispanofóbico: Atraca el acorazado Maine en la Bahía de La Habana
Publicado: 30/01/2019 11:51 AM
Los servicios de
inteligencia estadounidenses son capaces de avalar la mortandad de su propia
gente con tal de provocar una guerra. Los dividendos capitalistas justifican la anexión de territorios, la
subsecuente apropiación de los recursos naturales que en ellos se encuentras;
así como dominar posiciones estratégicas desde los mismos.
A finales de enero de
1898 sin autorización de las autoridades portuarias, sin previo aviso y de
manera sigilosa atracó en el puerto de La Habana el acorazado “MAINE”. Fue enviado
por el gobierno de Washington con el reiterado pretexto de “proteger sus intereses”; fórmula de estilo
que forma parte inveterada de la
nomenclatura del manual de agresiones diplomáticas que generalmente conducen a
una invasión. El aparato militar estaba en marcha.
Décadas atrás Thomas
Jefferson en 1803 ya había autoproclamado sus aspiraciones expansionistas sobre
Cuba. Y desde entonces varias recetas fueron aplicadas para anexionarla al
territorio del gigante americano incluyendo una oferta en 1853 de 120 millones
de dólares para comprarla a la corona española.
En este punto de la
historia (1898) los patriotas cubanos estaban cercanos a ganarle la guerra de
independencia al decadente imperio español. Para los gringos era impensable que
esto sucediera sin ellos echarle guante al preterido y ansiado sueño de
apropiarse de la más grande isla del Caribe.
Para ablandar el
terreno de la opinión pública doméstica e internacional el magnate William
Randolph Hearst, padre del periodismo amarillo-sensacionalista, contribuyó a la provocación de la guerra con
una campaña hispanófoba intensa y
sostenida. Para ello se creó uno de los primeros grandes falsos positivos
comunicacionales de la historia contemporánea. Todo lo relativo a España era
exagerado y distorsionado para ocasionar un efecto tóxico inmediato. A falta de
información cierta y verdades que publicar se instaló la primera gran “fábrica
masiva de noticias” para falsear la realidad y dar el golpe artero, el zarpazo
final.
Los efectos inmediatos
se consumaron toda vez que el 15 de febrero de 1898, los mismos gringos
provocaron la voladura de su obsoleto acorazado “MAINE” con 265 marines y
alguno de sus oficiales a bordo. Por mera casualidad el alto mando del buque
siniestrado estaba en una fiesta de gala en la ciudad.
En Estados Unidos se desató la histeria colectiva, cundió la hispanofobia y se desplegaron todas las
infamias que se pueden utilizar para desacreditar a un país. La prensa de
Hearst derramó ríos de tinta anti hispánica bajo la escandalosa consigna de:
¡Remember the Maine, to hell with Spain! (¡Recordad al Maine, al
diablo con España!)
La razón de estado
suficiente que motiva una acción bélica fue magistralmente preparada. La guerra
estaba entonces formalmente declarada y la España imperial perdió las tres
grandes joyas de su destartalada corona: Cuba, Puerto Rico y Las Filipinas, que
pasaron a ser protectorados de facto norteamericanos. La derrotada ex potencia fue puesta de rodillas y humillada, se reeditaron los viejos manuales de la
leyenda negra española; fue el hazme reír del planeta, su marina fue abatida,
sus ejércitos masacrados, vistiéndose de luto, pobreza y vergüenza. Mientras
que los patriotas revolucionarios de la isla fueron detenidos en su avance
independentista.
Las calumnias
continuaron a lo largo de los años al punto tal que la pandemia de 1918-21, que
mató a casi 100 millones de personas en
todo el mundo, fue bautizada en su honor como “La Gripe Española”. Desmerecido
epíteto porque la verdad es que la mortal peste se incubó en los cuarteles Fort
Riley, Estado de Kansas, y propagada por los marines a su llegada a puerto
francés para participar en la gran guerra de 1914-1918.
Pero el gigante del
norte no se cansa ni descansa en su propósito de crear fobias y falsos positivos contra países a los cuales quiera torcer el
brazo. Está más que suficientemente
comprobada su complicidad y anuencia del
ataque japonés a Pearl Harbor , el 7 de diciembre de 1941, lo cual le confirió
patente de corso para intervenir en la II guerra mundial y lanzar bombas
atómicas sin justificación ni causa válida alguna.
Otro caso parecido es
el de la guerra de Viet Nam (1954-1975), que acabó con el mito de la
invencibilidad del ejército estadounidense y al final vistió de gloria al
pueblo vietnamita. De nuevo fabricó una
falsa bandera con el incidente del 2 de agosto de 1964 en la Bahía de Tonkin. Este fue la excusa de la administración de
Lyndon B. Johnson para ampliar las operaciones militares, intensificar los bombardeos, el uso de agente
naranja, napalm, fósforo blanco y uranio empobrecido contra poblaciones civiles
indefensas.
El 30 de marzo de
1975 las tropas invasoras salieron huyendo igual que lo hicieron en Corea,
después de haber masacrado durante 20 largos años a más de 3,5 millones de vietnamitas. Solo el genio político de un
insigne poeta socialista como Ho Chi Ming y la estrategia militar de un pueblo
unificado al mando del General Vo Nguyen Giáp pudo lograrlo.
Todos los días se
arrojan nuevas luces sobre el asunto del ataque del 11 de septiembre de 2001 a la
Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, y existen sobrados indicios e informes recientes que revelan, cada vez más,
que fue un auto atentado y nuevo pretexto para desencadenar la III Guerra
Mundial solapada a la cual los Estados Unidos
nos tiene inmersos a todos en nombre de la libertad.
Hoy la atmósfera está cargada de amenazas y falsas banderas que satanizan a la República Bolivariana de Venezuela, en el aire ondean los presagios de naciones vecinas cuyas bombas gringas quieren bombardear a nuestro país. Pero atreverse a invadirnos es como saber que algo va a comenzar sin saber cómo y cuándo va a terminar. Y parafraseando al comandante Chávez aquí hay ríos inagotables de testosterona, historia, pueblo, coraje y valentía para enfrentar lo que venga.