Bolívar destituye a Santander
Publicado: 28/08/2020 06:00 AM
Ocurrió hace 192 años, el 28 de agosto de
1828 fue destituido el General Francisco de Paula Santander de la
Vicepresidencia de la Gran Colombia. Los planes de su conspiración para
asesinar al Libertador y desintegrar la Gran Colombia eran un secreto que
corría de boca en boca por todo los rincones del territorio independizado.
El distanciamiento entre Bolívar y Santander
tiene varios orígenes. El primero era la renuencia que tuvo este último en
acatar disposiciones convenientes para el forjamiento de la primera gran
república colombiana. En segundo lugar Santander saboteaba las órdenes de
Bolívar, le hizo un cerco de espías, interceptaba sus correos y discriminaba
abiertamente a los venezolanos, por quienes
sentía un real encono.
También eran públicos y notorios sus
despropósitos en relación con los realistas capturados, los vejaba y
sometía a toda clase de humillaciones. En
su espíritu separatista prevalecía una visión inmediatista del proceso
de independencia, un ánimo cortoplacista en los dividendos personales y una
desmedida avidez pecuniaria.
Santander conspiraba soterradamente a
través de una red de sociedades encubiertas que servían de aparato de
propaganda sucia contra el proyecto de integración de los pueblos y territorios
liberados del yugo español. El objetivo era destruir a Bolívar.
A la vez que pactaba con gobiernos y
potencias extranjeras la imposición de una sistema liberal guiados por el
doctrina capitalista de Adam Smith. Para Santander la independencia era una
parcela propia al servicio del libre comercio. A la larga “la mano invisible
del mercado” con su ley de la oferta y la demanda y la saturación de productos
importados acabo así con el aparato productivo neogranadino y disminuyó la calidad
de vida de los campesinos, artesanos e incipiente industria textil y ganadera. Los empréstitos ingleses fueron a parar al
bolsillo del General Santander y aumentaron las riquezas de los pocos apellidos
que aún dominan la feudocracia
latifundista colombiana. Fue el génesis de una oligarquía corrupta.
Además Santander sentía un fuerte miedo
casi reverencial ante la presencia de Bolívar que lo convertía en un perfecto
pusilánime. Su nivel de hipocresía queda muy bien esbozado en palabras del
propio Santander que el biógrafo Gerhard Mazur resume:
“Santander conocía demasiado bien la
irradiación de la personalidad de Bolívar. Confesaba francamente que el mismo
se había acercado con frecuencia al Libertador con ideas de odio y venganza,
solo para darse cuenta de que en presencia de Bolívar su enemistad desaparecía
y ocupaba en su lugar un sentimiento de admiración por ese hombre
extraordinario fundador de la madre patria.”
Por lo tanto, el arma principal de
Santander era la simulación, la sinuosidad de su conducta para engañar. Temía a
Bolívar porque sabía que no todos podían resistirse al poder de convencimiento, la verticalidad
sus principios, sus convicciones antimonárquicas y anti imperialistas: y menos
aún al carismático magnetismo que emanaba de su enorme auctóritas moral.
Después de la Batalla de Boyacá, Bolívar daba pasos decisivos para derogar el
Decreto de Guerra a Muerte. El espíritu magnánimo del Libertador se manifestaba
mediante un trato digno a los vencidos. Las masacres, degollinas, violaciones y
fusilamientos en masa, perpetrados por Monteverde, Antoñanzas, Boves, Morales y
el propio Morillo, tuvieron como
respuesta el drástico decreto. Liquidados los ejércitos españoles, no tenía
sentido perpetuarlo, el decreto perdió vigencia.
Santander obraba en sentido opuesto, cada
realista atrapado era motivo para gran celebración, acto público solemne de
fusilamiento, discurso grandielocuente y humillación al vencido.
El Libertador por encima de todo daba a
los vencidos garantía de buen trato y justicia por parte de los patriotas. La
venganza no era el plato frío a servir. El pase de factura, la represalia y la
venganza no formaban parte del menú. La alta oficialidad realista en pleno,
capturada en Boyacá, fue invitada a su mesa a contemporizar y dialogar. Bolívar
tenía en mente un intercambio de prisioneros con el fugitivo virrey Sámano para
dar comienzo así a la regularización de la guerra y sanar las heridas una
década de horrores.
La falta de valentía física de Santander
en las batallas las quiso compensar con ademanes de una
crueldad ilimitada y manifiesta. Contraviniendo las órdenes dadas por el
Libertador, mando a ejecutar a sangre fría a los que habían sido convidados a
cenar a la mesa de la reconciliación. Presenciaba las ejecuciones y se alegraba
de ellas. Cuando cierto oficial monárquico fue atrapado, Santander dijo:
“Me traen de Neiva al famoso Segovia, con
quien pienso romper una fiesta muy solemne en esta plaza pública”.
Acto seguido mando a organizar una pomposa
ejecución del oficial de marras.
Evidentemente Bolívar había sobreestimado
la prudencia de Santander al dejar bajo su custodia en la retaguardia a 1.600
soldados y oficiales monárquicos. Todo cobarde en la guerra es cruel en tiempos
de paz.
La victoria de Bolívar en la campaña de la
Nueva Granada (1819) atrajo a muchos entusiastas; la batalla de Boyacá sacudió
la conciencia nacional y una nueva ola de entusiasmo se apoderó de la
población. Era impretermitible organizar las finanzas, él ejército y el
gobierno en el término de la distancia, por cuanto su presencia era
urgentemente reclamada en las sesiones del Congreso de Angostura y estaba aún
pendiente la proeza de independizar cuatro naciones más.
A tales efectos, y en virtud del
entusiasmo reinante, Bolívar ordenó la libertad de los esclavos mediante el
concurso de los mismos como soldados en el ejército con miras a la campaña del
Sur y Venezuela. Santander aceptó la idea de mala gana y la orden, por parte de
él, fue obstaculizada. Su concepción de la revolución libertadora era la de
un godo conservador recalcitrante que miraba a los esclavos por encima del
hombro, y que jamás renunciaría a sus derechos de clase alta en favor de
las clases de color.
Bolívar era esplendido, generoso y
conciliador; creía en una nueva raza cósmica universal, en un nuevo hombre y
mujer, producto de ese crisol cultural de cuya mezcla generaría una
civilización futurista, sol de la humanidad. En cuanto a su erario
personal lo entrego todo en favor de la causa libertadora, lo cual era en su
época una de las mayores fortunas de hispano-américa.
Santander era un avaro espantoso, la
perspectiva de obtener una mejor paga lo embelesaba, con suculenta
fruición. En su testamento dejó perfecta mención de todas las
cantidades que se le adeudaban y la fecha cierta en que debían ser cobradas,
aún las cantidades más irrisorias. Dejó, en previsión testamentaria, todas las
indicaciones y detalles para que fueran cobradas puntualmente en los lapsos
establecidos después de su muerte. Tras nueve años interno en colegio
religioso aprendió todas las formas de predicar y practicar el derecho
romano a la propiedad lisa y llana, aun después de vencido el
término de la vida terrenal.
En el evento de la pradera del
Rincón de los Toros, ocurrido un 26 de abril de 1818, también
la conducta de Santander da mucha tela que cortar, fue el quien
prácticamente guio a los españoles hasta el chinchorro de Bolívar para
que acabasen con él. El coronel realista Renovales al mando de 40 de los suyos,
tomó en la noche el rumbo hacia el campamento patriota para asesinarlo.
La historia sobre este atentado no
ha podido ser esclarecida, aunque se sabe que un soldado traidor reveló a los
realistas el santo y seña para la noche siguiente, amén del lugar cierto
donde pernoctaría Bolívar, la conducta de su edecán queda envuelta en una
niebla de incertidumbre.
Para Bolívar “….La esclavitud es la hija de
las tinieblas, un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia
destrucción.” Educar al pueblo, dar luces a todos, igualdad ante la ley
y espíritu unidad continental es la filosofía práctica de la revolución.
Para Santander los límites y concepto de
la independencia no iban más allá de las fronteras virreinales de la Nueva
Granada, y de la satisfacción de acrecentar su fortuna personal. El Libertador
valoró en exceso al recién ascendido general, aunque estaba al tanto de su
avaricia por el dinero, sabía que era ostentoso en frugalidad y economía, pero
no sabía que el universo de Santander giraba en torno a sí mismo. No era ni
soldado nato, ni oficial capacitado, era en el fondo un abogado, arrastrado por
las circunstancias de la guerra, y obligado a vestir un uniforme militar al
lado de un gran hombre que lo elevó a los más altas esferas del poder.
Muchos afirman que Simón Bolívar, al otorgarle
tantos honores, simplemente amoló el cuchillo que más tarde le dio muerte.
Santander no era hombre de armas, carecía de coraje en el campo de batalla. Era
cerebral y distante, los lanceros de Páez no acataban sus órdenes y lo
increpaban con irreverencias y desaires propios de hombres del campo.
Esto hizo que macerara odio y resentimiento contra los venezolanos.
Al ser destituido de la Vicepresidencia de
la Gran Colombia fue designado para que ejerciera funciones diplomáticas en los
Estados Unidos, cargo que aceptó solo con la condición que le dieran unos meses
para solventar asuntos personales. ¿Sería que este fue el tiempo necesario para
planificar y ejecutar, casi un mes después, el 25 de septiembre de 1828, el
atentado septembrino? En efecto fue una táctica dilatoria para poder afinar
bien los detalles del asesinato de Bolívar.
Su participación en este magnicidio en
grado de frustración lo condujo a un
juicio militar que le impuso la pena capital. Nuevamente Bolívar, fiel a
su espíritu de reconciliación, le conmutó la pena de muerte, en el paredón de
fusilamiento, por el exilio dorado en Nueva York… craso error. Posteriormente
en carta a Sucre lamentó haberle dado tanto poder a quien después empuñaría la
daga para matarlo.
ALEJANDRO CARRILLO
acarrillog2020@gmail.com